miércoles, 26 de agosto de 2009

parentela

Tuve una entrevista de trabajo con L., que diseña de lámaparas.
Le conté que mi abuelo tenía un negocio de antiguedades en la calle Córdoba. Restauraba muebles y arañas.
Me acordé de lo mucho que me gustaba ir a visitarlo a su taller en el fondo del local. Me encantaban las arañas y mis amores secretos eran los secreter. Eran de princesa que tiene una habitación en lo alto, con vista a un parque de un sólo verde brillante, y mientras mira por la ventana escribe cartas que después guarda bajo llave.
Después viajé en un 146 muy lleno y molesto. Un señor mayor iba al lado mío y los dos estuvimos todo el viaje buscando la forma de acomodarnos. Esos pasamanos colgantes amarillos que parecen juguetes para niños son muy incómodos.
En una frenada el señor perdió el control y me pegó en la cabeza un golpe seco que me dolió bastante. Me pidió disculpas, se sentía mal. "Es que te pegué con la llave", me dijo. Yo dije que no era nada, ya se me pasó. Me ofreció un asiento que se vaciaba, pero yo pronto bajaba y él también.
Bajamos los dos en la parada de Parque Centenario.
Mientras esperábamos que se abriera la puerta, tuvimos este diálogo:
-Si algún día querés ir a jugar a las bochas, podés venir. Es ahí, donde están esos perros- me dijo él
- Gracias. Mi abuelo jugaba a las bochas. Era campeón, le dije yo.
Al rato me di cuenta que había nombrado a mi abuelo por segunda vez en el día. Rara vez pasa eso. Es como si hubiera venido a visitarme, a darme suerte con lo del trabajo o algo así.

1 comentario:

perez dijo...

Ah, bueno.

Me pongo a leer tu blog, de atrás pa'delante, como hago siempre que alguno me llama la atención, y encuentro esta referencia abuelística que no puede más que cautivarme. Esto es trampa, Coso, sépalo.